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Concurso literario

El concurso era una iniciativa de Iberdrola, donde se pedía a los participantes que escribieran una historia acerca del desastre medioambiental. 

La fecha límite era el 15 de diciembre y había hasta 3.000€ en premios. La historia debía tener una extensión de entre 100 caracteres y 1.000 palabras.   

Dio un par de toques sobre el micrófono, para asegurarse de que funcionaba. Los murmullos en la multitud fueron apagándose hasta dejar un profundo silencio. Hacía frío y abundaban los abrigos de plumas y las bufandas de lana, pero ella sentía calor recorriéndole la espalda y punzadas en los nervios de los antebrazos al saber que era el centro de atención. Se tomó una pausa para respirar y calmarse, sintió que pasaba una eternidad mientras buscaba las palabras adecuadas para dirigirse a las masas. Al final abrió la boca y empezó a hablar, despacio al principio. Movida por la emoción y la rabia seguía hablando, con creciente seguridad, increpando a los oyentes. Lo que decía no era lo importante, era tan solo lo que todos allí querían escuchar, incluida ella misma. Era lo que ponía en las pancartas y lo que había gritado la gente. Era el motivo de su manifestación y de su rabia. Criticaba los fallos, los problemas y las necesidades del planeta enfadada con el sistema en el que había nacido, el sistema de
consumo que no tenía frenos, agotaba los recursos y calentaba el planeta. Cuando acabó de hablar, se oyeron aplausos y vítores que le llenaron el pecho. Sentía que estaba haciendo lo que debía hacer; criticar un sistema injusto, luchar por cambiar las cosas. O al menos eso había pensado hasta el día anterior, así se había sentido en otras manifestaciones, pero no en ese momento. Aun así no borró la sonrisa orgullosa que dirigía a los manifestantes. Bajó del escenario. La manifestación continuó. Eso a ella ya no le importaba, de poco servía toda la gente que aclamaba su discurso, de poco servía en realidad la manifestación, las huelgas y las críticas. Pero no debía quitarse la máscara de luchadora, de progresista indignada líder de un cambio. Mientras la siguiesen ella seguiría ahí, quizá que por miedo a irse.
“¿No te das cuenta de lo falso que es todo?” le había recriminado su padre. Igual debía disculparse por todo lo que dijo el día anterior.
–No. Pensó, Él también se pasó, pero no podía evitar repetirlo todo en su cabeza una y otra vez. ¿Y si su padre tenía razón?
“Solo eres un instrumento político, no estás haciendo nada. No vas a conseguir nada quejándote delante de gente que está de acuerdo contigo. ¿Qué habéis conseguido? ¿Salir en las noticias un par de días? ¿Qué los políticos digan que están de acuerdo con vosotros? ¡Cuánto me alegro, el mar tiene menos basura! ¡Y seguro que ahora respiramos un aire más limpio!”
Lo que más le dolió fue su propia réplica. Hablaba de leyes que habían aprobado y que cambiarían el futuro, de que poco a poco bajarían las emisiones, de que hacía lo que podía… Sonaba exactamente igual que los políticos que tan hipócritas le habían parecido siempre, a los que criticaba por no hacer nada. Y sin embargo, ella no era así ¿no? Ella intentaba ayudar… Ella ejercía presión sobre un sistema ineficaz para que algo cambiase. Entonces ¿Por qué había sonado tan mal? Cada vez estaba más confusa, había perdido la noción de lo que se suponía que era lo correcto, de lo que había que hacer para mejorar.

“No te engañes, a los que mandan no les importa, pasarán del tema en cuanto puedan y la gente lo tendrá en un segundo plano, todos estarán tranquilos con su conciencia porque fueron a la manifestación y las cosas irán cambiando”

Volvía a su cabeza la imagen de su padre, hablando como si se dirigiese a un niño con pocas luces. “¿No te das cuenta de lo falso que es todo?”

Caminaba por la calle, perdida en sus pensamientos. Ya por la noche el pavimento brillaba a la luz de las farolas y su aliento se condensaba cuando suspiraba. Oyó el tono de su móvil cantando una canción navideña. Era su padre, se planteó un momento si contestar mirando alternativamente el botón verde y el rojo.

-¿Qué quieres? Dijo intentando sonar indiferente.

- Lo siento por cómo te hablé ayer. Dijo. Ella estaba atónita. Su padre nunca hablaba por hablar ni preguntaba por el tiempo, siempre iba al grano, no le gustaba disculparse, rara vez lo hacía, y solía costarle más.

-No quiero decir que sienta lo que te dije, sino como lo dije. Aclaró un poco incomodo. -No quería insultarte. No es malo que luches por lo que crees que es bueno, debería sentirme orgulloso de eso, pero no quería decirte que lo dejases, solo que lo haces mal. No quiero ver cómo te utilizan en las noticias para parecer más comprometidos. Tampoco quiero que en el futuro de repente te des cuenta de que no ha pasado nada de verdad y que todo tu esfuerzo no ha servido para nada. Sé que te esfuerzas y quieres que mejoremos, pero hazlo de otra forma. Los discursos no sirven, ni la política, sirve la acción.

Ella escuchaba, sin pronunciar palabra, absorbiendo todo lo que decía, recapacitando y dándose cuenta de muchas cosas. Tenía los ojos vidriosos. Sin darse cuenta había dejado de caminar. Hubo un largo silencio, ella no sabía que decir, ya no pensaba en su padre ni en la pelea del día anterior, había olvidado su rabia, su orgullo y su arrepentimiento, estaba pensando más allá: ¿Acción?

Como si le leyese su mente, su padre siguió hablando. – Estudia. Entiende cada problema y busca formas de solucionarlo. No más promesas. Ingeniería, química, física, incluso economía… Lo que se te ocurra, pero hazlo.

 No siguió hablando, no hacía falta, le dijo que lo pensase y colgó, sin rodeos, así era él. Ella sí pensó, canceló todo su activismo y se dedicó a pensar, y decidió actuar. No más promesas..

Ilse Les (1º Bachillerato A)

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